Descubrimos a través de flashbacks,
una familia estadounidense básica de clase media en los años 90. Una ama de
casa aburrida, un padre borrado y silencioso, una joven adolescente que
descubre la vida y se construye en oposición al modelo familiar.
Esa monotonía
está acentuada por el relato de la adolescente de una voz en off muy suave,
medio apagada, sin mucha emoción. Porque al principio Kat no parece padecer
mucho de la ausencia de su madre. Pero aparecen angustias, relatadas a través
de paréntesis oníricas de una búsqueda en vano.
Estas angustias parecen estar
llevadas por curiosidad no más, no por un sentido de abandono por la tristeza.
La ausencia es sutil, liviana pero presente. Y de una situación tan crítica, el
espectador se lleva una sensación de malestar tranquilo, de que algo está mal
pero sin sentir desesperación, y sigue la voz de Kat en su recorrido tranquilo
sin apresurarse mucho para llegar al desenlace.
A mi lo que me encanta de Araki
es su estética, sus colores, su universo pop. Y White Bird logra impregnar a
esta familia sin ningún interés con la energía de una explosión de colores
vivas, contraste de una existencia sin sentido.
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