Birdman es ante todo una proeza técnica. Ya se vieron películas filmadas en un único plano secuencia – esos planos sin corte ninguno. Pero Birdman no es un solo plano secuencia. Y la proeza de Iñarritú y de sus geniales editores Douglas Crise y Stephen Mirrione, es de dar esta ilusión.
Lo seguimos a Riggan, ex estrella de películas de superhéroe,
en su intento de volver bajo las luces del éxito. Lo seguimos en los corredores
del teatro donde está por estrenar una obra cruzándonos con las
personas que comparten con el esta nueva aventura. Si bien, vivimos la preparación,
los ensayos y el estreno de la obra en tiempo real, caminando detrás de Riggan,
este vuelo de un camarín al otro pasando por el escenario y unos escondites
detrás de unas escaleras, nos da una sensación de fantasía. Probablemente
porque no estamos acostumbrados a este tipo de lenguaje cinematográfico. Y esto
nos permite aceptar los elementos concretos fantásticos salpicados en la
historia sin nunca buscar racionalidad.
Por más que tomamos esta caminata en
los entrañas del teatro de la forma más real posible, acompañados por un ritmo
sordo a la batería, no somos ingenuos.
Sabemos que Iñarritú nos lleva exactamente donde quiere llevarnos, que vivimos
exactamente la situación que quiere que vivamos. Somos más que un paseador un
poco curioso. Estamos en la cabeza de este actor envejeciendo en búsqueda de la
gloria perdida.
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